Las fechas son significativas si
rompen con una tendencia o una rutina predeterminada. No sé si el día 29 de
marzo fue una de ellas, salimos a la calle con motivo de la huelga general y la
convocatoria tuvo un amplio seguimiento. Lo de atribuirle mayor o menor éxito
me parece poco relevante en estos momentos. Había muchos motivos para estar
allí rebelándose ante una reforma laboral que nos hace más vulnerables ante el
futuro, y creo que el sentimiento era común entre los que estábamos allí. El
tiempo dirá si este movimiento tuvo continuidad y si sirvió para cambiar las
cosas.
Personalmente
afronté la protesta con rabia, la que proviene de la impotencia y de la
injusticia, por sentirme arrastrado hacia un modelo económico y social con el que
no me identifico; porque avanzar en la competitividad simplemente abaratando
salarios es un fracaso, no sólo del gobierno que lo aplica, sino también del
conjunto de la sociedad. Ese empobrecimiento generalizado nos desmotiva, al
igual que desincentiva la innovación, la investigación y el desarrollo, y además
nos hace más temerosos con el futuro. No creo que ese sea el camino, y lo más grave,
tampoco creo que sea el camino de los socios europeos que tan alegremente
aplauden estas medidas.
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