Alejandro asintió y volvió a observar el
retrato con la misma intensidad que lo había hecho segundos antes conmigo.
Luego se sonrió como si hubiera descubierto algo en él y lo dejó en un rincón
del escaparate mirando hacia la calle.
- Deja que vaya impresionando a la gente
que pasa - me dijo al regresar junto a mí.
Mi amigo no tenía dudas al respecto, se
movía por intuiciones y creía que sus percepciones eran generalizables al resto
de la gente. Yo no lo tenía tan claro, no sabía si la mayoría de las personas
estaban tan pendientes de las emociones como él, de lo que sí estaba convencido
es de que Alejandro era especial, aunque se empeñara en no reconocérmelo.
Estaba seguro de que podía apreciar la psicología de Goethe a partir de un
simple retrato, de igual manera creía que era capaz de analizar mi estado de
ánimo con sólo mirarme a los ojos.
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