Noches de zozobra, odiaba esas noches, aunque no podía evitar
tener la sensación de desamparo al sentirme solo y perdido. Alejandro estaba a
mi lado y a pesar de escucharme no dejaba de ser un apoyo pasajero en mi vida.
- ¿Por qué no me cuentas lo que te pasa? – me incordiaba una y
otra vez preocupado por mi tristeza.
Beatriz me
acompañaba en mis noches de angustia, me recordaba que las noches felices
fueron aquellas en las que ella estaba presente. Nadie me miraba como ella y su
sonrisa tenía la vida que a mí me faltaba.
- No hay nada que contar, lo único que pasa es que soy un imbécil
– le dije para que se callara.
Caminábamos
tranquilamente, tambaleantes e irreconocibles, Alejandro se reía de mis
balbuceos y me provocaba dando mayores tumbos de los necesarios por aquellas
calles transitadas.
- ¿No la habrás vuelto a ver? – me preguntó asustado.
- No, no la he vuelto a ver – le respondí lacónicamente para
que se quedara tranquilo.
Se detuvo
para mirarme a los ojos.
- Me alegro, y ni se te ocurra acercarte a ella por muy mal
que te sientas. Dime, Ernesto, ¿de qué nos sirve la tristeza sino para reírnos
de ella? Hoy has estado patético, verdaderamente y asquerosamente patético, me
parece que ya nos queda menos camino que recorrer hasta que toques fondo.
- Yo hace tiempo que no te escucho.
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