Pocas cosas hay que me tome menos en serio que mi perfil
público, supongo que después de leer a Kundera y sus divagaciones sobre la
inmortalidad ridícula, ya empecé a dar por sentado que lo mío tendría que ser
la trivialidad. De hecho ya empecé temprano, me obligaron a hacer un test de
inteligencia en el instituto y tuve la habilidad de sacar la peor puntuación
posible de la clase, ¿para qué iba a esforzarme en algo en lo que no creía?,
luego en la universidad, me alejé de lo que venía siendo un expediente
brillante y premeditadamente me convertí en un perfecto inútil, que si me coge
el Wert me saca a hostias de la carrera con total merecimiento, con tanto
dinero y talento despilfarrado. Lástima que el tiempo me haya dado la razón,
pues ser arquitecto en España viene a ser hoy en día un sinónimo de fracaso
social, al menos por unos cuantos años, y eso que me llevo por delante.
La cuestión es que vuelvo a sentir la necesidad de
replantearme lo de mi perfil público, porque el trabajo manda y no es posible
eternizarse en la vida contemplativa, así que me disfrazo de persona sensata y
cabal, y si no fuera porque he trabajado en casi cien empresas, montado un
blog, escrito un libro y varios relatos, y ganado algún premio que otro, podría
incluso presentar un relato coherente en mi currículum. En fin, que siempre me
quedará el facebook y el linkedin para mentir a conciencia, y que está en
vuestras manos no creer en nada de lo que digo, que las apariencias engañan, no
lo olvidéis.
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