La complejidad de significados
que genera la palabra “espacio” es difícil de sintetizar en unas pocas líneas,
desde la concepción arquitectónica de relleno de vacíos urbanos asociado a lo
que conocemos como espacio público, hasta la visión antropológica de ese mismo
espacio como confluencia de un sinfín de interacciones humanas, pero lo más
sorprendente es la concepción que le atribuye la política al espacio
ideológico, porque si ya es difícil visualizar el centro, la izquierda y la
derecha como referentes, ya sólo nos faltaría incorporar a las nuevas candidaturas
de “confluencia” para desorientarnos por completo en un escenario imposible de
pactos. Pero bueno, volviendo al paralelismo de la arquitectura, y en un afán
de parecer constructivo en este maremágnum político, quisiera poner en valor la
capacidad integradora de los grandes espacios, y de esas maravillosas obras
arquitectónicas que los ocupan, y que se los apropian, como catalizadores de dinámicas
urbanas confluyentes, revalorizando el entorno y poniendo en común heterogeneidades
y carencias, virtudes y defectos, desarraigos, y todo aquello que nos debería
unir más allá de esos estigmas y de esos desalientos que muchos se encargan de
perpetuar.
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