En un entorno agresivo nuestro cerebro se estresa como mecanismo de
supervivencia, en muchos casos por una sobrerreacción derivada de nuestros
miedos más incontrolados. Esta circunstancia, a menudo pasajera, no es más que
un accidente si no se prolonga demasiado en el tiempo, pero si por el contrario
tenemos la desgracia de atravesar momentos de mayor dificultad, puede que ese
trance nos genere un sufrimiento completamente innecesario.
Una persona inteligente se escapa de este
círculo vicioso analizando todas las variables, descartando falsas alarmas y
enfrentándose con la tozuda realidad. Una persona obsesiva e inteligente hace
lo mismo pero analiza el entorno hasta el último detalle, incluso anticipando
escenarios futuros de fatalidad, hasta entrar en una recurrencia igualmente
destructiva si el miedo se apodera de él; porque aunque sea consciente de ese
proverbio chino que dice: ”si un problema tiene solución, ¿para qué
preocuparse? Y si no la tiene, ¿para qué preocuparse?”, a veces no queda más
remedio que rendirse ante nuestra propia debilidad.
En esta tesitura, y desde mi experiencia personal, se hace
imprescindible mantener la calma con entereza hasta recobrar de nuevo la
lucidez, que vuelve tarde o temprano si no nos aventuramos en laberintos psicológicos
extraños. Y si además confiamos en algún profesional de la medicina, es
altamente recomendable recibir el tratamiento adecuado para relajar nuestro
cerebro. Y si ya no funciona nada de eso, entonces… entonces sólo queda tumbarse
en la cama y leerse mi libro ”Referencias de la Memoria”, porque en él abordo
mecanismos de equilibrio dentro de sistemas sin referencias y creo humildemente
que esa es la mejor manera de garantizarse una plaza en el psiquiátrico más
cercano... yupiiiiiii, creo que voy a tener amiguitos.
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