Nos toca salir al exterior por una
terraza que conecta varias dependencias de la vivienda, y avanzamos con el frío
de la mañana despertando nuestros sentidos todavía adormecidos. De momento no
vemos nada significativo en la calle, pero se presume que las furgonetas
antidisturbios van a llegar en cualquier instante y se va a disparar la
tensión.
- ¿Sabes cuándo vendrán las lecheras de la policía a tomar
posiciones? - pregunto por hacerme una idea del procedimiento y de los pasos a
seguir.
- No estoy seguro - se detiene Sergio un segundo para explicármelo
-, pero suelen venir bastante temprano para intentar cogernos por sorpresa.
- Pues entonces ya llegan tarde, menudo jaleo hay allá abajo -
me sorprendo del ambiente creado cuando sólo son las ocho y media de la mañana
-, no lo van a tener nada fácil para entrar.
- Sí, en eso confiamos todos - me reconoce asomándose también
por el voladizo para ver lo que sucede en primera línea -, tenemos que
complicárselo todo lo que podamos para conseguir otro aplazamiento judicial,
sea como sea.
En efecto, tenemos fuerza, hay una
infinidad de personas en la acera protestando con pancartas y cacerolas,
también en el arranque de la escalera comunitaria para impedir el acceso a
cualquier intruso que pretenda subir sin nuestro consentimiento, y otros muchos
están sentados en los escalones como si fueran cuerpos inertes, de tal forma
que los antidisturbios habrían de pasar por encima de todos ellos para escalar
hasta el tercer piso que es donde vive la persona afectada. Sólo por el empeño
violento de la policía, o por la temeridad del juez, podríamos fracasar en
nuestra férrea determinación de blindar la casa de arriba a abajo.
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