He de reconocer que me produce alergia esta palabreja, me recuerda a la
mentalidad cicatera de mis abuelos, traumatizados por las miserias y el miedo
de épocas pasadas. Con lo que me costó hacerles entender que los tiempos habían
cambiado y que merecía más la pena invertir que ahorrar, para que ahora
nuestros trasnochados dirigentes europeos incidan todo el día en la misma
cantinela, con esa dichosa coletilla de que “no hay que gastar lo que no
tenemos”. En fin, que lo mismo me da un aire en una de esas y le tiro una
zapatilla al primer tonto que salga por la tele esgrimiendo tal razonamiento, a
ver si le doy en la cocorota y reacciona, o cuando menos me libro de tal
estúpido aparato.
Si en el terreno afectivo la austeridad implica una absoluta falta de
generosidad emocional, en lo económico implica una ausencia total de visión de
futuro, y no sólo en época de crisis, también en cualquier coyuntura, porque es
imprescindible invertir a futuro, en educación, en salud, en desarrollo
tecnológico, en infraestructuras, en el medio ambiente y en todas aquellas
áreas que son dependientes de nuestra generosidad con generaciones venideras.
Porque el objetivo no es ahorrar, el objetivo debería ser alcanzar una economía
de medios que impida una sobre explotación de nuestros recursos, porque el
camino pasa ineludiblemente por optimizar lo que tenemos a través de una
constante inversión en desarrollo y eficiencia, y porque no hacerlo sería
seguir mirándonos el ombligo de nuestros bolsillos y encerrarnos en una falsa
paranoia de riqueza. A tiempo estamos de cambiar esta dinámica, a tiempo
estamos de modernizar nuestras estructuras, y por qué no, también nuestra
mentalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario