Seguimos presos de nuestra imagen
y las redes sociales potencian esta paranoia hedonista como si pudiéramos
aspirar a controlar todas las emociones que despertamos en los demás. A veces
convendría recordar que una imagen borra a otra imagen, Kundera habla de ello
en su libro “La inmortalidad”, donde se mofa del esfuerzo de determinados
personajes por construirse una imagen que luego las circunstancias acaba
transformando en parodia. Se me ocurren muchos ejemplos parecidos, de
personajillos que presumen de seriedad y de impoluta trayectoria, pero que luego
acaban perteneciendo igualmente a la inmortalidad ridícula que recrea este
autor. Yo, por supuesto, presumo de ser un tipo poco serio, y espero que como
tal se me considere, y sirva como ejemplo de ello mi reciente entrada de El Penefactor,
que es una de esas chaladuras que se me ocurren los fines de semana y que
acaban reflejadas los lunes en este sucedáneo de blog que tengo a mi
disposición.
Entre
las divagaciones que forman parte de mi parte reflexiva están aquellas que hacen
referencia a mi personalidad, porque realmente no sabría definirme de manera
coherente, supongo que tendría que recopilar las muchas imágenes que proyectan los
demás sobre mí y hacer un compendio de todas ellas. Otra cosa es creerme en la
ilusión de que esa imagen responde fielmente a lo que soy, porque tiempo hace
que condiciono mi comportamiento en función de las emociones que despierto entre
la gente que me rodea, porque paranoia o no, me es imposible disociar mi
timidez de un entorno emocionalmente adverso, o me es muy dificultoso
esconderme en un entorno de necesidad afectiva. En esas ando, sobreviviendo a
mis percepciones y a las de los demás, y con la esperanza, como todos, de ser
medianamente aceptado.
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