lunes, 20 de agosto de 2012

FRAGMENTOS-EL TESTAMENTO4


       El despertar siempre ha sido un misterio, ¿cómo conectar con el mundo?, ¿qué día es?, ¿quién soy?, ¿qué hice ayer? Todo tiene respuesta en el devenir colectivo, en la gran inercia que nos arrastra. En esta sociedad del bienes­tar nada entra en crisis y por lo tanto seguimos girando en la misma rueda que nos conduce de movimiento en movimiento. Antonio haría lo mismo si no fuera porque su paranoia le hace dudar de todo. Se levanta del sueño y trata de conectar con el mundo que le rodea. Ve un gran crucifijo sobre la pared y piensa que es un confidente de su madre. Comprueba la puerta entreabierta de su cuarto e intuye que su madre ha estado allí, mirándole con desaprobación. Seguro que ya sabe que duerme desnudo.
- Soy un inmoral, un guarro, ¿qué pensará mi madre de mí?
            Al ponerse los calzoncillos esconde su objeto de pecado con delicadeza. Lo deja caer suavemente sobre el perfil izquierdo y se sonríe. Está orgulloso de sí mismo. Siente que aquel instrumento alargado es la garantía de su felici­dad, la puerta hacia una vida mejor. Mujer, hijos, placer sexual, trascenden­cia,…, todo eso resuena en su cabeza como en un tambor. El hombre se levanta malhumorado y acude a ver a su madre que está rezando. La mira con recelo y se sienta a su lado.
- ¿Qué tal, madre?
- Bien, aquí estoy, un poco cansada, pero bien, ¿y tú?, ¿has descansado?
- Sí, bastante bien - responde Antonio.
           Entre rezos transcurre la tarde, cadenciosa, tan lenta que parece muerta. Ella se sienta en el balancín y deja pasar el tiempo murmurando oraciones y plegarias. El la acompaña con indiferencia, a un costado, pensando en otra cosa. Antonio no quiere tomar parte en la salvación del mundo, le da igual. Le parece más decoroso querer conquistar el mundo que pretender salvarlo; y des­conoce en qué momento de la Historia de la Humanidad se produjo este ridículo cambio de valores. No se cree capaz de cambiar nada, desconoce las necesi­dades, los anhelos y los miedos del ser humano. Cree que ya tiene bastante con sobrevivir con su cabeza atormentada. Por el contrario, su madre sí que se preocupa por los demás, reza y reza, Rosarios, estampitas que parecen cro­mos, Aleluyas, catecismos, Biblias; y con ello pretende contribuir a salvar su alma, la de su hijo y la del propio mundo, que cada día está más corrompi­do y descontrolado. Reza y reza, gime, suspira, sufre. A la mínima ocasión la anciana interpone algún consejo:
- Eres un inmoral, hijo mío, ten siempre santo temor de Dios. Lo que ganes en la tierra lo perderás en el Cielo, que no te pierdan los vicios de la car­ne.
- Sí, madre.

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