La vida es un accidente que de
cuando en cuando nos deja algún rastro. La existencia humana sólo debería ser
una infinitésima parte de esa anomalía, pero cada vez nos creemos más
importantes en nuestro insignificante devenir y ya no somos capaces de mirar hacia
nuestro alrededor para empequeñecernos. Recuerdo mis primeras nociones de
arquitectura bioclimática, en las que el profesor comenzaba su discurso cuestionando
el mismo concepto de ecología, pues a decir verdad no deja de ser un mero
eufemismo dentro de nuestra descomunal avaricia, a lo que apuntaba que si cualquiera
de nosotros quería ser un verdadero ecologista, entonces, “¡tenéis que pegaros
un tiro!”, proclamaba para la sorpresa de los presentes, porque “las plantas
son los únicos seres vivos que no necesitan de ningún otro ser para sobrevivir
en este planeta”.
Nada
que objetar al razonamiento, los humanos somos parásitos y dañinos para nuestro
entorno, sólo que me gustaría añadir que también lo somos respecto de nosotros
mismos, porque la civilización no avanza como debiera garantizando una vida digna
para la mayoría de nuestros congéneres, porque sustituimos un sistema por otro,
una ideología por otra y seguimos en las mismas, expandiéndonos sin control,
agotando los recursos naturales y justificando nuestras propias vergüenzas.
Todo
este viene a colación de las declaraciones de nuestro esperpéntico ministro de
justicia, que por si no tuviera poco con recortar derechos y libertades
encareciendo la justicia, ahora se atreve a querer prohibir que se aborte
cuando hay riesgo de malformación del feto, pues nada señor ministro, ánimo,
anteponga sus argumentos pseudo-religiosos al resto de la ciudadanía, y sigamos
alimentando nuestro egocentrismo con la excusa de que hay que proteger
cualquier forma de vida, que seguro que nos va bien en el empeño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario