Aprovecho esta entrada del blog
para conectar con el final de un relato propio, “El Testamento”, que concluye
de la siguiente manera: “No puedo hacer caso de esta maldita conciencia social
que nos recuerda lo que somos, que nos condena a ser iguales, a buscar las
mismas cosas, que transige con la injusticia y que huye de sí misma. Antes de
condenar a cualquiera prefiero pensar en un mundo descontrolado y caótico, de
locos sin conciencia, porque al menos, en ese mundo, tendré la garantía de que
existe vida en alguna parte”. Por entonces, hacia finales de 1998, algún tonto
identificó estas frases como una apología de la anarquía, y no como una
declaración de guerra contra la injusticia en un sentido completamente Nietzscheano.
Pues bien, como reacción a esa mala interpretación y a la perplejidad que me
produjo semejante clasificación, me propuse en mi siguiente relato “Transición
a la Nada” aproximarme a lo que entiendo como un verdadero espacio de libertad,
y para ello os dejo el siguiente fragmento: “Yo reivindico los espacios de
transición, porque no tengo fronteras y no quiero tenerlas; yo soy muchas cosas
y a la vez ninguna, soy complicado y difuso, necesito expandirme y en ciertas
ocasiones reducirme a la nada, encogerme y morir. Quiero espacios de transición
para poder recomponer los pedazos que queden de mí en los malos momentos, y así
poder reencontrarme conmigo mismo en los demás, porque ellos reflejan todo lo
que soy y porque poseen parte de mi ser”.
Supongo
que a estas alturas ya sabéis por donde voy, y sí, parece que hoy en día todo acaba
en el debate sobre la procedencia o no del proceso soberanista catalán, en el
que no voy a entrar porque lo considero una simple lucha de poder y no comparto
ese afán uniformizador demostrado por ambas partes, muy alejado de lo que
debería ser un pretendido espacio de libertad. Lo que sí que espero es que las
instituciones europeas tomen buena nota de la problemática y sigamos avanzando
en una unión política que respete la diversidad de todos, y que propicie
espacios de libertad aún a costa de ser víctimas de una cierta indefinición,
porque quiero recordar que yo como valenciano tengo más en común con Barcelona
que con Madrid, por la lengua y por el Mediterráneo que nos une, y que España
no es más que una amalgama de un sinfín de sensibilidades, al igual que Europa,
vertebrados por unas tradiciones y una cultura que nos debe unir más que separar.
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