Somos factores de multiplicidad y colaboramos en la sinrazón de
la especie, propagándonos y potenciando nuestra avaricia hasta agotar los
recursos que tenemos a nuestro alcance. Lo acaparamos todo y en ese afán
perdemos la escasa inocencia que nos queda, insaciables ante lo que se nos
ofrece, que aunque se presente como un regalo acabamos reclamando como si fuera
de nuestra propiedad.
Mi amigo Sergio
también participa de esta vorágine, de este desvarío de vanidades y de insatisfacciones,
alentado por ese instinto depredador del que está acostumbrado a colmar con
generosidad el deseo carnal, y del que se siente incomprendido ante su
desbordante altruismo, forjado a hierro fundido en la contemplación del drama
del universo femenino, abrupto y desencantado por la simplicidad de este hombre
moderno que ya no sirve para nada.
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