Alejandro me miró como si le extrañara
verme mintiendo con tanta facilidad.
- Pues a ver si te deslías – me recriminó
-, te necesitamos con nosotros.
- Sí, porque tenemos que ir a por ellos –
repitió varias veces Alberto con la complicidad de Alejandro que le hacía
gestos afirmativos con la cabeza.
- Pero sin hacer locuras, es mejor ir
poco a poco, que llegaremos mucho más lejos, hazme caso – le dijo Alejandro
para que no siguiera envalentonándose.
Luego
me guiñó el ojo a escondidas como si no tuviera que darle importancia a los
comentarios de Alberto.
- Hablando no vamos a conseguir nada,
pero te haré caso una vez más – le respondió malhumorado.
Alberto
agachó la cabeza y a partir de ahí decidí ausentarme de la conversación como si
aquello no fuera conmigo. Me perdí en su palabrería, como si la tarde se
hiciera noche lentamente, como si aquellos pensamientos se hicieran cada vez
más impenetrables e inquietantes, palabra a palabra, como sombras en rostros desconocidos;
yo no tenía nada mejor que hacer que embriagarme tranquilamente en su compañía, en mi absoluta
soledad, a través de mis obsesiones y de mis profundos temores, sin saber a
donde querían llegar, sin saber cómo iba a sobrevivir sin el amor que me daba
la vida.
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