Parece que somos muy dados a
juntar palabras sin valorar el significado que resulta dicha unión, sin ir más
lejos, la última ocurrencia de mi hija ha sido bautizar a sus masticables como “chicles
de tormenta”. He de reconocer que me encanta su idea y que por eso he tenido la
debilidad de compartirla con todos vosotros, además me sirve de excusa para
comentar otra ocurrencia ligada a la actualidad, porque no sé a quien se le
atribuye el honor de inventar el dichoso concepto de “banco malo” que tantos quebraderos de
cabeza nos trae ahora.
Empezaré
por matizar que no existe un banco malo como tal, son entidades financieras y
se da por supuesto que no pueden ser buenas por definición, se dedican a lo que
se dedican y su finalidad es la de dar cobertura a un sistema que acapara y
renegocia a partir de la necesidad, y eso está muy lejos de cualquier actividad
altruista. En cuanto a los “activos tóxicos” que pretenden aglutinar, habría
que hacer la vista gorda para creerse que algunos de ellos pueden considerarse
como simples activos. Hay suelos y determinadas construcciones situadas en el
limbo de lo urbanizable que directamente van a necesitar de un concepto más
amplio, incluso puede que sea más eficiente y apropiado considerarlo como
elementos “a expropiar”, porque ni en quince, ni en cien años van a encontrar
utilidad urbanística ni comprador. Así que sería mejor devolverlos a su estado
original y convertirlos en terreno rústico o en parques urbanos, porque pienso
que nos ahorraríamos tiempo y dinero. En cuanto al resto de activos, pues ya se
sabe, un mercadillo y a animar al personal con la cantinela esa de “viviendas
para todos”, “y a buen precio señora”.
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