Vivir al
límite es muy difícil, la angustia del día a día te bloquea y te impide
planificar adecuadamente el futuro, incluso te puede llevar a pensar que no lo
hay y dejas de tener esperanza, ni ilusión, ni ganas de seguir luchando. No hay
que desesperarse, el camino es largo y hay que mantener la calma para no entrar
en una espiral destructiva, porque al final, tarde o temprano, se sale.
Hasta este
punto sería un discurso fácil y lógico, fácilmente asimilable por cualquiera de
nosotros, lo malo es que en un entorno desestructurado no tiene ningún sentido.
Si hay quien sostiene que la crisis la sufren solamente los pobres, porque la
clase media o la más adinerada lo pasa mal pero tiene capacidad de reacción y
puede adaptarse a las circunstancias, en el caso de los más desfavorecidos es
una completa evidencia, el sufrimiento crece día a día y les afecta gravemente
a la salud, física y mentalmente, y el daño permanecerá mucho más allá de su
calvario personal. Por eso hay que tener mucho cuidado con los ajustes y la
desesperación de los pueblos, porque el día menos pensado a cualquiera de
nosotros se nos puede ir la cabeza y el daño puede ser irreversible, tanto para
nosotros como para nuestro entorno más inmediato.
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