lunes, 17 de septiembre de 2012

VIVIR AL LÍMITE


     Esta crisis nos pone a prueba, sobretodo a aquellos que lo están pasando mal, y no queda más remedio que mantener la cabeza fría para tomar las decisiones adecuadas. En mi caso, el haber estado muchas veces al borde del precipicio me da una falsa sensación de seguridad que hace que no me importe demasiado caer, no sé si eso es bueno o malo, lo que sí que tengo claro es que el miedo es mal consejero y que te hace sobreactuar, y que aunque pudiera ganar en prudencia, lo perdería tarde o temprano en salud mental.
Vivir al límite es muy difícil, la angustia del día a día te bloquea y te impide planificar adecuadamente el futuro, incluso te puede llevar a pensar que no lo hay y dejas de tener esperanza, ni ilusión, ni ganas de seguir luchando. No hay que desesperarse, el camino es largo y hay que mantener la calma para no entrar en una espiral destructiva, porque al final, tarde o temprano, se sale.
Hasta este punto sería un discurso fácil y lógico, fácilmente asimilable por cualquiera de nosotros, lo malo es que en un entorno desestructurado no tiene ningún sentido. Si hay quien sostiene que la crisis la sufren solamente los pobres, porque la clase media o la más adinerada lo pasa mal pero tiene capacidad de reacción y puede adaptarse a las circunstancias, en el caso de los más desfavorecidos es una completa evidencia, el sufrimiento crece día a día y les afecta gravemente a la salud, física y mentalmente, y el daño permanecerá mucho más allá de su calvario personal. Por eso hay que tener mucho cuidado con los ajustes y la desesperación de los pueblos, porque el día menos pensado a cualquiera de nosotros se nos puede ir la cabeza y el daño puede ser irreversible, tanto para nosotros como para nuestro entorno más inmediato.  

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