miércoles, 25 de noviembre de 2015

SEGURIDAD

     Vivimos en la psicosis colectiva posterior a los atentados de París, y poco a poco la monotonía suple nuestra evidente falta de cordura, entendida como un estado de ausencia de serenidad, como si nos tuviéramos que tomar en serio la probabilidad de morir en un atentado yihadista en una sociedad tan vigilada como la nuestra. Porque si analizamos nuestras opciones de “irnos al otro barrio” en un horizonte cercano, creo que es más probable que nos caiga una maceta con flores paseando por la calle que saltar por los aires mientras estamos sentados en una terraza de un bar cualquiera. Es más, puestos a elegir una actividad de riesgo más bien me pondría al volante de un coche, o compartiría mi vida con un animal de cuatro patas llamado “hombre”, tan predispuesto a ejercer su superioridad con el sexo contrario cuando se le tuerce la autoestima.
                Ya hace tiempo que me explicaban en la universidad que un edificio no puede ser al cien por cien seguro, por mucho que nos empeñemos en rigidizar la estructura, pues el coste económico sería inasumible para el posible comprador. Y sin embargo, cada vez exigimos un entorno más seguro y predecible, aún a costa de generar una falsa conciencia de seguridad, en una sociedad en la que nos sentimos incapaces de asumir riesgos más allá de nuestras catástrofes naturales habituales. Por eso me sorprendo del esfuerzo de unos y de otros, de gobernantes y de ciudadanos, por despejar incertidumbres, a toda costa, incluso sacrificando nuestras propias libertades individuales. En fin, será cuestión de construirse un búnker o de comprar un arma. 

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